Inmunidad (medicina)



Inmunidad es un término médico que describe el estado de tener suficientes defensas biológicas para evitar la infección, enfermedad, u otra invasión biológica no deseada. La inmunidad involucra tanto a componentes específicos y no específicos. Los componentes no específicos actúan como barreras o como eliminadores de patógenos para detener la infección por microorganismos antes de que puedan causar la enfermedad. Otros componentes del sistema inmunológico se adaptan ellos mismos a cada nueva enfermedad encontrada y son capaces de generar inmunidad específica contra el germen patógeno.

La inmunidad adaptativa o específica a menudo se subdivide en dos grandes tipos dependiendo de cómo se introdujo la inmunidad. Pueden subdividirse aún más, dependiendo de la cantidad de tiempo que dura la protección. La inmunidad pasiva es a corto plazo, y normalmente dura sólo unos pocos meses, mientras la protección vía inmunidad activa dura más tiempo, y es a veces de por vida. El diagrama de debajo resume estas divisiones de inmunidad.

Una subdivisión más de la inmunidad adaptativa se caracteriza por las células involucradas; la inmunidad humoral es el aspecto de la inmunidad que es medidado por anticuerpos secretados, mientras que la protección proporcionada por inmunidad celular involucra sólo linfocitos T. La inmunidad humoral es activa cuando el organismo genera sus propios anticuerpos, y pasiva cuando los anticuerpos son transferidos entre individuos. Asimismo, la inmunidad celular es activa cuando las células T propias del organismo son estimuladas y pasiva cuando las células T vienen de otro organismo.

Tabla de contenidos

Historia de las teorías de la inmunidad

 

El concepto de inmunidad ha intrigado a la humanidad durante miles de años. La visión prehistórica de las enfermedades era que estaban causadas por fuerzas sobrenaturales, y que la enfermedad era una forma de castigo teúrgico de los dioses o de los enemigos de uno por “malos actos” o “pensamientos malvados” que visitaban el alma.[1] Entre el tiempo de Hipócrates y el siglo XIX, cuando se establecieron los cimientos del método científico, las enfermedades fueron atribuidas a una alteración o desequilibrio en uno de los cuatro humores (sangre, flema, bilis amarilla o bilis negra).[2] También fue popular durante este tiempo la teoría miasmática, que sostenía que las enfermedades como el cólera o la Peste Negra eran causadas por un miasma, una forma nociva de "aire ahogado".[1] Si alguien era expuesto al miasma, podía coger la enfermedad.

La palabra moderna “inmunidad” deriva del latín immunis, que significa exención del servicio militar, el pago de impuestos o otros servicios públicos.[3] La primera descripción escrita del concepto de inmunidad pudo ser hecha por el ateniense Tucídides que, en el 430 a. C., describió que cuando la peste afectó a Atenas “los enfermos y los moribundos estuvieron cuidados por la atención compasiva de esos que se habían recuperado, porque sabían el tratamiento de la enfermedad y estaban ellos mismo libres de aprensiones. Ninguno fue atacado jamás una segunda vez, o no con un resultado fatal”.[3] El término “immunes”, también se encuentra en el poema épico “Farsalia” escrito alrededor del 60 a. C. por el poeta Marco Anneo Lucano para describir la resistencia de una tribu norteafricana al veneno de las serpientes.[2]

La primera descripción clínica de la inmunidad que surgió de una enfermedad específica por un organismo causante es probablemente Kitab fi al-jadari wa-al-hasbah (Un tratado sobre la viruela y el sarampión) escrito por el médico islámico Al-Razi en el siglo IX. En el tratado, Al-Razi describe la presentación clínica de la viruela y el sarampión y pasa a indicar que esta exposición a estos agentes específicos otorga inmunidad duradera (aunque no usa este término).[2] No obstante, fue con la Teoría germinal de las enfermedades de Louis Pasteur que la incipiente ciencia de la inmunología comenzó a explicar cómo las bacterias causaban las enfermedades, y cómo, después de la infección, el cuerpo humano aumentaba la capacidad de resistir más ofensas.[3]   El nacimiento de la inmunoterapia pasiva pudo haber comenzado con Mitrídates VI, que buscó acostumbrarse al veneno, y tomó dosis de veneno no letales diariamente para desarrollar tolerancia. También se dice que Mitrídates creó un 'antídoto universal' para protegerse de todos los venenos terrestres.[2] Durante casi 2000 años, se creyó que los venenos eran la causa directa de las enfermedades, y una complicada mezcla de ingredientes, llamada Mitrídate, era usada para curar el envenenamiento durante el Renacimiento.[2] Una versión actualizada de esta cura, Theriacum Andromachi, fue bastante usada en el siglo XIX.[4] En 1888 Émile Roux y Alexandre Yersin aislaron la toxina de la difteria, y después del descubrimiento de la inmunidad hacia la difteria y el tétanos basada en antitoxinas en 1890 por Behring y Kitasato, la antitoxina se convirtió en el primer gran éxito de la inmunología terapéutica moderna.[2]

En Europa, la inducción de la inmunidad activa surgió en un intento de contener la viruela. La inmunización, sin embargo, había existido de varias formas durante al menos un milenio.[3] El uso más antiguo de la inmunización es desconocido, no obstante, alrededor del 1000 d. C., los chinos comenzaron a practicar una forma de inmunización secando e inhalando polvos derivados de las costras de las lesiones de la viruela.[3] Alrededor del siglo XV en India, el Imperio Otomano, y África Oriental, la practica de la variolación (meter en la piel material en polvo derivado de las costras de la viruela) se convirtió en bastante común.[3] La variolación fue introducida a Occidente a principios del siglo XVIII por Lady Mary Wortley Montagu.[3] En 1796, Edward Jenner introdujo el método mucho más seguro de la inoculación con el virus de la viruela vacuna, un virus no mortal que también inducía inmunidad a la viruela. El éxito y la aceptación general del procedimiento de Jenner conduciría más tarde la naturaleza general de vacunación desarrollada por Pasteur y otros hacia finales del siglo XIX.[2]

Inmunidad pasiva

La inmunidad pasiva es la transferencia de inmunidad activa, en forma de anticuerpos, de un individuo a otro. La inmunidad pasiva puede ocurrir de manera natural, cuando los anticuerpos maternos son transferidos al feto a través de la placenta, y también puede ser provocada artificialmente, cuando altos niveles de anticuerpos humanos (o de caballo) específicos para un patógeno o toxina son transferidos a individuos no inmunes. La inmunización pasiva se usa cuando hay un alto riesgo de infección y tiempo insuficiente para que el cuerpo desarrolle su propia respuesta inmune, o para reducir los síntomas de enfermedades crónicas o inmunosupresivas.[5] La inmunidad pasiva proporciona protección inmediata, pero el cuerpo no desarrolla memoria, por tanto el paciente tiene el riesgo de ser infectado por el mismo patógeno posteriormente.[6]

Inmunidad pasiva adquirida de manera natural

La inmunidad pasiva materna es un tipo de inmunidad pasiva adquirida de manera natural, y se refiere a la inmunidad transmitida por medio de anticuerpos a un feto por su madre durante el embarazo. Los anticuerpos maternos se pasan a través de la placenta al feto por un receptor Fc neonatal en las células de la placenta. Esto ocurre alrededor del tercer mes de gestación.[7] La inmunoglobulina G es el único anticuerpo isotipo que pueden pasar a través de la placenta.[7] La inmunidad pasiva también es proporcionada a través de la transferencia de anticuerpos de inmunoglobulina A que se encuentran en la leche materna que son transferidos al aparato digestivo del bebé, protegiéndole contra infecciones bacterianas, hasta que el recién nacido puede sintetizar sus propios anticuerpos.[6]  

Inmunidad pasiva adquirida artificialmente

La inmunidad pasiva adquirida artificialmente es una inmunización a corto plazo inducida por la transferencia de anticuerpos, que se pueden administrar de varias formas; como un plasma sanguíneo humano o animal, como inmunoglobulina humana de banco para uso intravenoso o intramuscular, y en forma de anticuerpos monoclonales. La transferencia pasiva se usa profilácticamente en el caso de enfermedades de inmunodeficiencia, como la hipogammaglobulinemia.[8] También se usa en el tratamiento de varios tipos de infecciones agudas, y para tratar el envenenamiento.[5] La inmunidad derivada de la inmunización pasiva dura sólo un corto periodo de tiempo, y hay también un riesgo potencial a reacciones de hipersensibilidad, y a la enfermedad del suero, especialmente de gammaglobulina de origen no humano.[6]

La inducción artificial de inmunidad pasiva se ha usado durante más de un siglo para tratar enfermedades infecciosas, y antes de la llegada de los antibióticos, era a menudo el único tratamiento específico para ciertas infecciones. La terapia de inmunoglobulina continuó siendo una terapia de primera linea en el tratamiento de enfermedades respiratorias severas hasta los años 1930, incluso después de que se introdujeran los antibióticos de sulfonamida.[8]

Transferencia pasiva de inmunidad por medio de células

La transferencia pasiva o "transferencia adoptiva" de inmunidad por medio de células, se le otorga por la transferencia de células T activadas o "sensibilizadas" de un individuo a otro. Raras veces se usa en humanos porque requiere donantes histocompatibles, que son con frecuencia difícil de encontrar. En donantes no compatibles este tipo de transferencia conlleva riesgos severos de la enfermedad del injerto contra el anfitrión.[5] No obstante, ha sido usado para tratar ciertas enfermedades incluyendo algunos tipos de cáncer e inmunodeficiencia. Este tipo de transferencia difiere de un trasplante de médula ósea, en donde se transfieren células madre hematopoyéticas.

Inmunidad activa

  Cuando las células B y las células T son activadas por un patógeno, se desarrollan las células B y las células T de memoria. A lo largo de la vida de un animal estas células de memoria “recordaran” cada patógeno específico encontrado, y seran capaces de montar una respuesta fuerte si el patógeno se detecta de nuevo. Este tipo de inmunidad es tanto activo como adaptativo porque el sistema inmunológico del cuerpo se prepara a sí mismo para futuros desafíos. La inmunidad activa a menudo involucra tanto los aspectos por medio de células y los aspectos humorales de la inmunidad así como la entrada del sistema inmunológico innato. El sistema innato está presente desde el nacimiento y protege a un individuo de patógenos sin importar las experiencias, mientras que la inmunidad adaptativa se presenta sólo después de una infección o inmunización y por lo tanto es "adquirida" durante la vida.

Inmunidad activa adquirida de manera natural

La inmunidad activa adquirida de manera natural ocurre cuando una persona está expuesta a un patógeno vivo, y desarrolla una respuesta inmune primaria, que lleva a una memoria inmunológica.[5] Este tipo de inmunidad es “natural” porque no está inducida por el hombre. Muchos trastornos del funcionamiento del sistema inmunológico pueden afectar a la formación de la inmunidad activa como la inmunodeficiencia (tanto en la forma adquirida o congénita) y la inmunosupresión.

Inmunidad activa adquirida artificialmente

La inmunidad activa adquirida artificialmente puede ser inducida por una vacuna, una sustancia que contiene un antígeno. Una vacuna estimula una respuesta primaria contra el antígeno sin causar los síntomas de la enfermedad.[5] El término vacunación fue acuñado por Edward Jenner y adaptado por Louis Pasteur para su trabajo pionero en vacunación. El método Pasteur usado suponía tratar los agentes infecciosos para aquellas enfermedades de manera que perdían la capacidad de causar enfermedades graves. Pasteur adoptó el nombre vacuna como un término genérico en honor del descubrimiento de Jenner, a partir del cual Pasteur trabajó.   En 1807, los bávaros se convirtieron en el primer grupo en exigir que sus reclutas del ejército fueran vacunados contra la viruela, ya que la propagación de la viruela estaba vinculada al combate.[9] Posteriormente la práctica de la vacunación aumentaría con la proliferación de la guerra.

Hay cuatro tipos de vacunas tradicionales:[10]

  • Las vacunas inactivadas están compuestas de microorganismos que han sido matados con sustancias químicas o calor y ya no son infecciosos. Son ejemplos las vacunas contra la gripe, el cólera, la peste y la hepatitis A. La mayoría de las vacunas de este tipo es probable que requieran vacunas de refuerzo.
  • Las vacunas vivas atenuadas están compuestas de microorganismos que han sido cultivados bajo condiciones que inutilizan su capacidad de inducir enfermedades. Estas respuestas son más duraderas y generalmente no requieren vacunas de refuerzo. Los ejemplos incluyen a la fiebre amarilla, el sarampión, la rubéola y las paperas.
  • Los toxoides son compuestos tóxicos inactivados de microorganismos en casos donde estos (en vez de los microorganismos por sí mismos) causan la enfermedad, usados antes de un encuentro con el toxoide. Ejemplos de vacunas basadas en toxoides incluyen el tétanos y la difteria.
  • Las vacunas de subunidad están compuestas de pequeños fragmentos de organismos causantes de enfermedad. Un ejemplo característico es la vacuna de subunidad contra el virus de la hepatitis B.

La mayoría de las vacunas son puestas con inyección hipodérmica ya que no son absorbidas con fiabilidad a través del aparato digestivo. Las vacunas vivas atenuadas de la polio y algunas del tifus y el cólera son puestas oralmente para producir inmunidad basada en el intestino.

Véase también

Referencias

  1. a b Lindquester, Gary J. (2006) Introduction to the History of disease. Disease and Immunity, Rhodes College.
  2. a b c d e f g Silverstein, Arthur M. (1989) History of Immunology (Hardcover) Academic Press. Nota: Las primeras seis páginas de este texto están disponibles en línea en: (Amazon Online Reader)
  3. a b c d e f g Gherardi E. The Concept of Immunity. History and Applications. Immunology Course Medical School, University of Pavia.
  4. Este artículo incorpora contenido de la Cyclopaedia de 1728, una publicación en el dominio público. "Mithridate".
  5. a b c d e Microbiology and Immunology On-Line Textbook: USC School of Medicine
  6. a b c Janeway, Charles, Paul Travers, Mark Walport, and Mark Shlomchik (2001). Immunobiology; Fifth Edition. New York and London: Garland Science. ISBN 0-8153-4101-6..
  7. a b Coico, R., Sunshine, G., and Benjamin, E. (2003). “Immunology: A Short Course.” Pg. 48.
  8. a b Keller, Margaret A. and E. Richard Stiehm (2000). "Passive Immunity in Prevention and Treatment of Infectious Diseases.". Clinical Microbiology Reviews 13 (4): 602-614. PMID 11023960.
  9. National Institutes of Health "Smallpox - A Great and Terrible Scourge" Variolation
  10. Immunization: You call the shots. The National Immunization Program at the Centers for Disease Control and Prevention
 
Este articulo se basa en el articulo Inmunidad_(medicina) publicado en la enciclopedia libre de Wikipedia. El contenido está disponible bajo los términos de la Licencia de GNU Free Documentation License. Véase también en Wikipedia para obtener una lista de autores.
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