Claudio Mamerto Cuenca



Claudio Mamerto Cuenca

Claudio José del Corazón de Jesús Cuenca (3 de octubre de 1812 - 3 de febrero de 1852), fue médico y poeta argentino.

  • 3 de febrero de 1852. El cirujano mayor de las fuerzas rosistas sale de su improvisado hospital de campaña vistiendo el uniforme reglamentario; trata infructuosamente de calmar los ánimos de los hombres del General Justo José de Urquiza que llegaron al campamento luego de que Juan Manuel de Rosas huyera, siendo atacados por unos pocos federales que no aceptan que la Batalla de Caseros había llegado a su fin. "Sin perder la serenidad, el Dr. Cuenca, desarmado y exhibiendo las hilas en la mano, intentó dirigirse al jefe de la tropa asaltante, Comandante Pallejas y, al parecer, se dio a conocer y pidió protección para sus heridos. Como respuesta recibe varios golpes de sable..." Así murió a los cuarenta años, injustamente, el Dr. Claudio Mamerto Cuenca.

Hijo de Don Justo Casimiro Cuenca y de Doña Lucía Calvo, nace el 3 de octubre de 1812. Su verdadero nombre era Claudio José del Corazón de Jesús y no se sabe por qué razón lo cambió por el de Claudio Mamerto. Hizo sus primeras letras en la casa parroquial para ingresar a los 16 años en el Colegio San Carlos, que era dirigida por los Jesuitas y funcionaba junto al templo de San Ignacio. Excelente alumno, se recibió de Bachiller con notas sobresalientes y cuatro años más tarde ingresaba al Departamento Médico de la Universidad de Buenos Aires. Sus maestros en la medicina, entre los que se encontraban los doctores Raúl Cristóbal Montúfar, Francisco Cosme Argerich, entre otros, formaron, a pesar de lo precario de la época, destacadísimos médicos.

En el Hospital de la Residencia se dictaban cátedras para el estudio de materias específicas, pero muchas veces, "la casa del profesor era el lugar indicado para desarrollar las clases ayudándose con figuras y atlas anatómicos".

Esta situación desalentaba a los jóvenes quienes tomaban otros caminos, como el comercio, como por ejemplo, actividad que atraía a los jóvenes distinguidos quienes atendían a las niñas de nuestra sociedad. No obstante ello, la familia de Don Justo Casimiro Cuenca se caracterizó por la decisión de cuatro de sus cinco hijos, José María, Claudio Mamerto, Salustiano y Amaro, de convertirse en médicos.

Lograron sobresalir Claudio y Salustiano; éste último siguiendo los pasos del primero se transforma en un eximio cirujano, sucediendo a su hermano en la Cátedra de Anatomía y Fisiología y muere durante la epidemia de cólera en el año 1859.

El 30 de octubre de 1838 comenzó Claudio Mamerto Cuenca su actuación como profesional y cinco años más tarde se lo designa como profesor de Anatomía, desarrollando una carrera profesional y docente que lo impulsa a colocarse, ante la vacante que se produce con el viaje a Europa del Dr. Ventura Bosch, médico personal de Juan Manuel de Rosas y de su tropa, en una terna conjuntamente con el Dr. Juan José Montes de Oca y con un médico francés de apellido Solier, de mucho prestigio, y es elegido para reemplazar a aquél en las funciones que cumplía como médico privado de Rosas y del ejército federal.

La vida de Cuenca transcurre en plena tiranía; ante los ojos de la sociedad el joven médico se dedicaba de lleno a su profesión y al dictado de su cátedra. Nada dejaba percibir el drama oculto que lo atormentaba de tener que formar parte de los hombres de Rosas y en su intimidad se desahogaba espiritualmente con su fecunda producción literaria, producción que conoce todos los estilos y que mantiene oculta.

La sociedad que vio alejarse a causa de la tiranía a lo más conspicuo de sus miembros: Varela, Echeverría, Cané, Sastre, Irigoyen, Mármol y Alsina, entre muchos, que tuvieron que vivir el exilio, temblaba. La otrora alegría porteña se vio ensombrecida por la desconfianza y el miedo. El chisme y la calumnia eran moneda corriente y hasta un gesto ponía en peligro al más inocente, ante los ojos del que quería descubrir en él a un salvaje unitario. No obstante, Cuenca prefirió quedarse haciendo uso de la hipocresía y la simulación. El cumplimiento del deber lo obligó a servir al tirano y a sus tropas y en la íntima penumbra de la noche, a la luz de un candil, el poeta escribió estos versos:

Esta cara impasible, yerta, umbría,
hasta ¡Hay de mí! para la que amo, helada.
Sin fuego, sin pasión, sin luz, sin nada,
no creas que es ¡Ah, no! la cara mía.
Porque ésta, amigo, indiferente y fría,
que traigo casi siempre, es estudiada...
es cara artificial, enmascarada
y aquí, para los dos, la hipocresía.
Y teniendo que ser todo apariencia,
disimulo, mentira, fingimiento
y una astuto artificio en mi existencia,
tengo pues que mentir, amigo y miento.

Este era el estado espiritual de los pocos intelectuales que optaron por no abandonar Buenos Aires. Y Cuenca, con su cara estudiada por temor a los que se vivía en ese entonces, ocultaba sus emociones y respondía al Restaurador de las Leyes: "Antes que nada federal...(pausa) Estoy para lo que usted ordene, Excelencia".

Y así, convertido en médico personal y cirujano mayor del ejército de Rosas, volcando en sus poemas sus verdaderos sentimientos - poemas que llevaba permanentemente en un maletín que no se desprendía de el ni para dormir, pues muchas veces lo utilizaba como almohada - encontró la muerte el 3 de febrero de 1852.

Al término de la Batalla de Caseros queda un bastión: El Palomar. Se encomienda entonces al general César Díaz que atacara. "Desde lo alto del mirador, - escribe cien años después el Dr. Corbella - los jefes del Palomar, junto a los que se encontraba Cuenca, miden la situación y, al comprobar la gran desventaja numérica, resuelven capitular. Se enarbola la bandera blanca y cesa el fuego...Cuenca se dirige a su improvisado hospital levantado a cielo abierto y reanuda las tareas de restañar heridas...con gran sorpresa siente una descarga cerrada de fusilería..."

"La soldadesca de Rosas, haciendo caso omiso de la rendición...esperó la llegada - con fines de parlamentar - de un pelotón de las tropas vencedoras y al entrar éstas les hacen fuego a quemarropa. Disipado el humo se vio el tendal en el suelo. Lo que ocurrió minutos después es inenarrable...Mientras los clarines sonaban ¡A degüello...! se vio a las tropas de Urquiza avanzar y meterse sus soldados por todos los rincones...masacrando a los moradores...El doctor Cuenca, sin perder la serenidad, desarmado y exhibiendo las hilas en la mano, intentó dirigirse al jefe de la tropa asaltante, Comandante Pallejas y, al parecer, se dio a conocer y pidió protección para sus heridos...Por toda respuesta recibió varios golpes de sable; de una estocada fue atravesado y al minuto cayó exánime sobre el pavimento"

El Dr. Claudio Mejía, compañero y fiel amigo de Cuenca es hecho prisionero por las fuerzas de Urquiza, pero consigue recuperar el cadáver y el inseparable maletín de su amigo con su obra poética. Misteriosamente, ningún parte oficial da cuenta de la muerte de Cuenca. Según el Dr. Corbella, llama poderosamente la atención "el silencio cómplice que hubo de algunos personajes que fueron actores en la toma del Palomar y que bien pudieron... lamentar públicamente la muerte de Cuenca y que no lo hicieron" (Juan E. Corbella, El Martir de Caseros, Buenos Aires, Edit. Agamenon, 1957)

Ocho meses más tarde sus amigos trasladaron sus restos a la Recoleta, en la bóveda de la familia de su hermana Eulogia, los Mugica. Cumplido ese acto quedó flotando el dolor de su familia, el de sus amigos y el de María Atkins, su prometida...

 
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