Historia de la depresión



  Inicialmente denominada melancolía (del griego clásico μέλας "negro" y χολή "bilis") y frecuentemente confundida con ella, la depresión (del latín depressus, abatimiento) es uno de los trastornos psiquiátricos más antiguos de los que se tiene constancia. A lo largo de la historia se evidencia su presencia a través de los escritos y de las obras de arte, pero también, mucho antes del nacimiento de la especialidad médica de la psiquiatría, es conocida y catalogada por los principales tratados médicos de la antigüedad. El origen del término melancolía se encuentra, de hecho, en Hipócrates, aunque hay que esperar hasta el año 1725 en el que el británico Sir Richard Blackmore rebautiza el cuadro con el término actual de depresión.[1] Hasta el nacimiento de la psiquiatría científica, en pleno siglo XIX, su origen y tratamientos, como el del resto de los trastornos mentales, basculan entre la magia y una terapia ambientalista de carácter empírico (dietas, paseos, música...), pero con el advenimiento de la biopsiquiatría y el despegue exitoso de la farmacología pasa a convertirse en una enfermedad más. De hecho el éxito de los modernos antidepresivos (especialmente la fluoxetina, más conocida por uno de sus nombres comerciales: Prozac, y rebautizada como píldora de la felicidad) ha reforzado el mito del fármaco de la sociedad occidental del siglo XX. La medicina oficial moderna considera cualquier trastorno del humor que disminuya el rendimiento en el trabajo o limite la actividad vital habitual, independientemente de que su causa sea o no conocida, como un trastorno digno de atención médica y susceptible de ser tratado mediante farmacoterapia o psicoterapia.

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Etimología

  La cultura griega clásica explicaba todas las enfermedades y los cambios de temperamento o "humor" a partir de la influencia de cuatro líquidos corporales denominados "humores": la sangre, la flema, la bilis negra y la bilis amarilla. Según esta teoría de los cuatro humores propuesta por Hipócrates un exceso de sangre provocaba comportamientos hiperactivos (maníacos, en la terminología actual), mientras que el exceso de bilis negra provocaba un comportamiento abatido, apático y un manifiesto sentimiento de tristeza.[2] El término "bilis negra" o μελαγχολια ("melancolía", μελαγ: melán, negro; χολη: jole, hiel, bilis) pasó a convertirse en sinónimo de tristeza.[3]

Los romanos tenían en latín su propia manera de llamar a la bilis negra, atra bilis (bilis oscura), de la cual se deriva la palabra española "atrabiliario", que significa malhumorado, pero el término médico mantuvo el origen griego.

Hipócrates explicaba no sólo el comportamiento sino las propias salud y enfermedad mediante el equilibrio de estos humores en el cuerpo. Denominaba crasis al equilibrio entre y llamaba crisis a la expulsión de los humores mediante procesos fisiológicos como el sudor, los vómitos, la expectoración, la orina, o las heces. El médico debía averiguar cuál era el momento "crítico" (aquel en el que se debía producir la expulsión de los malos humores) para facilitarlo mediante la aplicación de los correspondientes tratamientos.

El origen del vocablo depresión se encuentra en la expresión latina de y premere (empujar u oprimir hacia abajo). Su uso se registra por primera vez en Inglaterra en el siglo XVII. Richard Blackmore, médico de Guillermo III de Inglaterra y poeta, habla en 1725 de estar deprimido en profunda tristeza y melancolía. Robert Whytt, 1764, relaciona depresión mental con espíritu bajo, hipocondría y melancolía. En 1808 Hacia el siglo XIX el término depresión va ganando terreno y se usa junto al de melancolía para designar a la enfermedad, mientras este último término siguió conservando su uso popular y literario.[4]

Wilhem Griesinger empleó por primera vez el término estados de depresión mental como sinónimo de melancolía. Emil Kraepelin la designa como locura depresiva en una de sus clasificaciones, sin abandonar el término melancolía para nombrar la enfermedad, y manteniendo depresión para referirse a un estado de ánimo; afirmaba que las melancolías eran formas de depresión mental, expresión que se le atribuye. Adolf Meyer propuso abandonar el término melancolía y sustituirlo por el de depresión.

En esta batalla por la nomenclatura se llegó a la redundancia de llamar melancolía a la depresión con síntomas leves. El término ciclotimia fue usado por Karl Ludwig Kahlbaum en 1863 para designar las variaciones de las fases depresiva y maníaca, a modo de ciclos repetitivos y periódicos.

La Antigüedad Clásica

  Pueden encontrarse descripciones de la melancolía y sus síntomas en muchos registros literarios y médicos de la humanidad, aunque es la cultura griega clásica la primera en abordar explícitamente este trastorno del ánimo, sin recurrir a metáforas o descripciones literarias.

El modelo médico médico griego se fundaba en las variaciones hereditarias cuya influencia determinaba la de la aparición de las diferentes enfermedades. El predominio o desequilibrio de un humor sobre los otros podía explicar un temperamento, según la teoría propuesta por Hipócrates, pero también la aparición de diferentes enfermedades; siguiendo ese modelo, los temperamentos posibles eran el sanguíneo, el colérico, el melancólico y el flemático. El temperamento (temperamentum, medida) es la peculiaridad e intensidad individual de los afectos psíquicos y de la estructura dominante de humor y motivación; es la manera individual de reaccionar a los estímulos ambientales. El colérico es rápido, muy activo, práctico en sus decisiones, autosuficiente y sobre todo independiente. Se considera que es muy determinado, firme y decidido en sus opiniones, y se enoja con facilidad. El melancólico es sensible, aunque poco reactivo; tiende al pesimismo y la pasividad.

Si el miedo y la tristeza se prolongan, es melancolía.
Hipócrates de Cos[5]

A pesar de los errores de esta teoría Hipócrates no se equivocaba completamente al relacionar los dos síntomas principales propios de los melancólicos: el temor y la tristeza. Es como consecuencia de esta tristeza que los melancólicos odian, según Hipócrates, todo lo que ven y parecen continuamente apenados y llenos de miedo, como los niños y los hombres ignorantes que tiemblan en una oscuridad profunda.[6] Si que yerra, en cambio, al identificar o relacionar melancolía y epilepsia, confusión que persistirá mucho tiempo:

Por lo general, los melancólicos se tornan epilépticos y los epilépticos melancólicos; lo que determina uno u otro de ambos estados es la dirección que toma la enfermedad; si acomete al cuerpo, epilepsia, si al espíritu, melancolía..
Hipócrates de Cos[7]

Areteo de Capadocia, notable médico romano del siglo I, describe la melancolía como una frialdad del ánimo, obsesionado con un pensamiento, y tendente a la tristeza y a la pesadumbre. Celso, por su parte, aunque de espíritu fundamentalmente compilador, desarrolla algunas consideraciones personales sobre el tratamiento que incluyen terapias ambientalistas, de distracción con cuentos y juegos del agrado del paciente o viajes periódicos a otros países, aunque también incluye propuestas de tratamiento farmacológico como la sangría, o purgas estomacales a base de eléboro blanco.[8]

Sorano de Éfeso, principal representante de la escuela metodista, considera la melancolía como un tipo de enfermedad asociada a un estado excesivamente fluido y laxo del organismo. Rechaza la teoría de los humores y, a través de las referencias de su principal traductor, Celio Aureliano, sabemos que creía que su origen estaba en el estómago (stomachus).[9] La escuela neumática (seguidora de la teoría del pneuma: la vida es consecuencia de un flujo o «pneuma» permanente de partículas en movimiento), opuesta a la metodista y representada por Rufo de Éfeso, también se opone a la teoría humoral y propone una clasificación visionaria en melancolías congénitas y adquiridas, además de introducir una descripción prosopográfico del perfil del paciente melancólico: ojos saltones, labios finos, piel oscura o exceso de vello corporal. Menciona este autor la existencia de una melancolía de los hipocondrios o hipocondría, y achaca la misma a una excesiva actividad del pensamiento.[10] Persiste la relación entre la depresión y el tracto digestivo ya que "la época en la que aparece menos es el invierno, porque la digestión se hace bien en esa estación".

La escuela ecléctica, abanderada por Areteo de Capadocia, mantuvo el origen humoral de la enfermedad y recogió por primera vez el concepto de melancolía amorosa, además de relacionar la melancolía con su situación clínica contraria, la manía.[11]

Claudio Galeno de Pérgamo, principal figura médica de la Roma antigua, mantiene en el siglo II dC los postulados hipocráticos, subrayando de nuevo la importancia del miedo como síntoma concomitante con la tristeza.[12]

Edad Media

  El período europeo conocido como Edad Media incluye aportaciones en materia de medicina de tres fuentes más o menos diferenciadas: El imperio bizantino, surgido de los restos del Imperio Romano de Oriente, el mundo islámico, en plena expansión, y la Europa Occidental, dominada por una concepción cristiana de la ciencia. La medicina de la Edad Media en Europa mantiene, en general, intactos los postulados clásicos de los cuatro humores pero la influencia del cristianismo como aglutinador cultural en la interpretación de las "pasiones del alma" abre la vía de una nueva concepción de la enfermedad.

Bizancio

En Bizancio, aislada de las campañas militares de los bárbaros y heredera de la Escuela Alejandrina, el médico enciclopedista Oribasio de Pérgamo repite la letanía hipocrática de los dos síntomas principales de la melancolía, el miedo y la tristeza y cita también a Rufo de Efeso al afirmar que el mejor tratamiento contra la melancolía es el coito, porque "hace desaparecer las ideas obsesivas del alma y aquietar las pasiones desbocadas". De manera algo más innovadora Alejandro de Tralles incluye la melancolía dentro de un grupo mayor de tipos de locura. Según este autor puede deberse a un exceso de sangre, que hace que los vapores asciendan al cerebro; a una obstrucción del flujo sanguíneo, lo que ocasionaría una obstrucción en el cerebro; o a un exceso de bilis negra, resultante de la transformación de la sangre y que también produce vapores que ascienden hacia el cerebro. Pero es el gran médico bizantino, Pablo de Egina, quién en su Epitome, Hypomnema o Memorandum quién registrará por primera vez el error de asimilar melancolía y posesión demoníaca: La melancolía es un trastorno del intelecto sin fiebre... Los síntomas comunes a todos ellos son el miedo, la desesperación y la misantropía. Algunos desean la muerte y otros tienen miedo a morir; algunos ríen constantemente, y otros sollozan; algunos se creen impelidos por altas instancias, y predicen el futuro, como si estuvieran bajo la influencia divina; y a estos, por ello se les llama endemoniados o posesos.[14]

La medicina Árabe Medieval

A partir de la expansión del islam en el siglo VII se produce una relación sincrética y muy productiva en el campo de la medicina árabe, en contacto con las obras clásicas de los autores griegos y romanos a través de los traductores nestorianos. Ishaq Ibn Imran, en el siglo X, en Bagdad describe en su Maqâla fî âl-Malîhûliyâ (Tratado de la melancolía, única obra árabe dedicada exclusivamente a este trastorno) que en estos pacientes hay sentimientos de angustia y soledad debidos a una idea irreal. Incluye algunos síntomas somáticos como la pérdida de peso y sueño. La melancolía puede surgir por motivos como el miedo, el tedio o la ira. Distingue, entonces, entre tristeza, ansiedad, angustia, trastornos psicosomáticos y somatopsíquicos y propone tratamientos ambientales (una incipiente propuesta de psicoterapia) y farmacéuticos. Aunque mantiene una concepción general basada en la teoría humoral, aporta ideas acerca de su etiopatogenia que se alejan del concepto clásico: las actividades del alma racional (el pensamiento arduo, el recuerdo, las fantasías o los juicios) pueden arrastrar al alma susceptible a la melancolía, como caen en ella los enamorados o los sibaritas, o los que se exceden en la lectura de libros de medicina o filosofía.[15]

Avicena, en su Canon de medicina, menciona la melancolía, siguiendo los dictados de Rufo de Éfeso y de Galeno, y con pocas aportaciones novedosas. Al-Razi, médico jefe del hospital de Bagdad, primero en poseer una sección dedicada a los enfermos mentales, enfatiza en su obra médica la necesidad de valorar los aspectos psicológicos del paciente a la hora de hacer una valoración global. Sobre la melancolía, anticipa un método de tratamiento psicodinámico consistente en recomendar al paciente trabajos que le liberen de su ociosidad y la conversación frecuente con personas juiciosas que les muestren lo infundado de sus preocupaciones.[16]

Europa

  Constantino el Africano, representante de la Escuela Médica Salernitana, traduce la obra de Ishaq Ibn Imran en el siglo XI, y asume que la melancolía puede aquejar al espíritu más que otras enfermedades somáticas. Siguiendo este tratado establece diferentes tipos de melancolía: la hipocondríaca, ubicada en la boca del estómago; otra en alguna zona profunda del cerebro. Como Hipócrates, las repercusiones serán el temor y la tristeza. La definición de la tristeza es (anticipando posteriores interpretaciones psicoanalíticas) la pérdida del objeto amado. "Cuando los efluvios de la bilis negra, afirma Constantino, suben al cerebro y al lugar de la mente, oscurecen su luz, la perturban y sumergen, impidiéndole que comprenda lo que solía comprender, y que es menester que comprenda. A partir de lo cual la desconfianza se vuelve tan mala que se imagina lo que no debe ser imaginado y hace temer al corazón cosas temibles. Todo el cuerpo es afectado por estas pasiones, pues necesariamente el cuerpo sigue al alma (El cuerpo sigue al alma en sus acciones y el alma sigue al cuerpo en sus accidentes). Por consiguiente se padece vigilia, malicia, demacración, alteración de las virtudes naturales, que no se comportan según lo que solían, mientras estaban sanas".[17] En la segunda parte de la traducción de Constantino se enumeran algunas pócimas y jarabes útiles frente a los diferentes tipos de melancolía.[18]

Desde una perspectiva religiosa a la melancolía se la categorizó como "demonio", entendido como tentación o pecado, pasando a denominarse acedia o apátheia (desidia, apatía).[19] Los ocho pecados capitales eran la gastrimargia, la fornicatio, la philargyria, la tristitia, la cenodoxia (esta fue eliminada por Tomás de Aquino, quedando para el acervo popular los siete pecados capitales), la ira, la superbia y la acedia o taedium cordis (desidia, sutilmente diferente de la tristeza o de la pereza).[20]

San Isidoro de Sevilla indica cuatro defectos derivados de la tristeza: el rencor, la pusilanimidad, la amargura, la desesperación; y siete de la acedia: la ociosidad, la somnolencia, la indiscreción de la mente, el desasosiego del cuerpo, la inestabilidad, la verbosidad y la curiosidad.

Evagrio Póntico, monje asceta apodado "el solitario" describe al acedioso en varios textos recogidos en la Filocalia,[21] insistiendo en ese concepto de apatía conducente a la falta de diligencia.

Renacimiento

  La principal novedad despuntada en los albores del período humanista conocido como Renacimiento es la descripción aristotélica del temperamento melancólico y su relación con el genio artístico y la locura creativa. Marsilio Ficino, médico florentino neoplatónico del siglo XV analiza la obra de Aristóteles (Problemata XXX) desde esa perspectiva y propone que las personas con una mayor cantidad de bilis negra poseen unas dotes especiales para la creación artística.[22] Esta idea anticipa el ideal de la melancolía creativa, o de la spes thysica (capacidad creativa inducida por la tuberculosis en sus fases finales) desarrollados por el movimiento romántico varios siglos después.

Timothy Bright (1550-1615) publica en 1586 una descripción del cuadro clínico de la melancolía, bajo los preceptos (todavía) de la teoría humoral; poco después André de Laurens, médico de Enrique IV publica otro tratado de mucho éxito (diez ediciones entre 1597 y 1626) titulado Discurso sobre la conservación de la vista, las enfermedades melancólicas, los catarros y la vejez, en el que aporta la idea de que la biis negra puede ser calentada, producinedo un estado espiritual (enthousiasma) que induce al hombre a la filosofía o la poesía.

Pero la figura más importante del Renacimiento (a caballo entre este y el racionalismo del siglo XVII) en relación con la melancolía fue Robert Burton (1577-1640), quien dedicó casi toda una vida a redactar su Anatomía de la Melancolía (publicada en 1621), un largo ensayo médico y filosófico en el que resume todos los conocimientos habidos hasta esa fecha sobre el tema. En sus tres tomos se ofrece una concepción multifactorial de la depresión, según la cual la enfermedad no tiene una única causa, sino que puede tener varias: desde el amor a la religión, pasando por la política, la influencia de las estrellas o el simple aburrimiento. Puede localizarse, al modo clásico, en la cabeza, el cuerpo o los hipocondrios, y se acompaña en ocasiones de delirios o fantasías, de nuevo subrayando el miedo y la tristeza como síntomas principales. Y si varias pueden ser las causas, varios pueden ser los remedios, que van desde la música a la compañía. La obra concluye con un extenso poema, resumen del autor de su concepto de melancolía.[23]

Edad moderna

  La transformación de la sociedad a partir del siglo XVII (la crisis del modelo mercantilista y el surgimiento de la concepción mecanicista de la ciencia) determinaron una ruptura con las teorías clásicas sobre la melancolía. Thomas Willis (1621-1675) será el primer médico en rechazar activamente la teoría de los cuatro humores y, al hilo de la corriente imperante en su época, atribuirá a procesos químicos del cerebro y del corazón las causas de esta enfermedad. Menciona cuatro tipos de melancolía, de acuerdo a su origen: La debida a una alteración en el cerebro, la originada por una mala función del bazo, una tercera que tiene su origen y efecto en todo el cuerpo y una última clase de melancolía "histérica", cuyo origen se encontraría en el útero. Es considerado el pionero de la neuroanatomía, y sus trabajos en el campo de la depresión le llevan a publicar en 1672 un tratado sobre el tema en el que mantiene la base del miedo y la tristeza en cuanto a la sintomatología, pero en el que introduce por primera vez el concepto de afectación de la conciencia frente a la afectación de la conducta, lo que dará origen a los conceptos de locura parcial y locura general desarrollados poco después por John Locke, el más notable de sus discípulos.

A. Pitcairn a comienzos del siglo XVIII escribía que el desequilibrio de los flujos sanguíneos en el organismo podía afectar al flujo de los espíritus de los nervios (según la teoría de René Descartes) generando los pensamientos confusos y los delirios propios de la melancolía. Poco después los experimentos con la recién descubierta electricidad transformaron el campo de la fisiología abandonando la teoría de Descartes para dar lugar a los conceptos de sensibilidad e irritabilidad, atracción, repulsión y transmisión. Newton en su Principia (1713) decía: ... y los miembros de los cuerpos animales se mueven por orden de la voluntad, es decir, por las vibraciones de este fluido [el éter], propagado a lo largo de los filamentos sólidos de los nervios, desde los órganos exteriores de los sentidos al cerebro, y del cerebro a los músculos. Siguiendo con ese planteamiento William Cullen (1710-1790), estudió los conceptos de carga y descarga en los seres vivos sometidos a electricidad y extrapoló sus hallazgos a la función cerebral. De este modo relacionó a la melancolía con un estado de menor energía cerebral: el melancólico sufría una situación de falta de tono nervioso o "anergia".

William Cullen se dedica durante la segunda mitad del siglo XVIII a clasificar minuciosamente las enfermedades, incluyendo a la melancolía dentro del apartado de neurosis, o "enfermedades nerviosas", según la nueva nomenclatura fundada en los recientes hallazgos neurofisiológicos. Un exceso de torpeza en el desplazamiento de la energía nerviosa sería la causa principal de la melancolía, dándose con este autor definitavente por abandonada la bimilenaria teoría humoral.

Richard Blackmore menciona por primera vez en 1725 el término depresión, pero aún pasarán muchos años antes de que sustituya al más clásico de melancolía.

Los siglos XIX y XX

  La revolución francesa y su vástago, la revolución industrial, cambiarán definitiva y completamente el modo de entender a la persona enferma. Y especialmente, a la enfermedad mental. El padre de la psiquiatría moderna, Philippe Pinel, llega a la medicina después de un intenso estudio de las matemáticas, lo que le permite disponer de una óptica ligeramente diferente a la del resto de médicos de su época. Desde su punto de vista el origen de los trastornos anímicos está en la percepción y las sensaciones, inaugurando una época de causas morales (fanatismos religiosos, desilusiones intensas, amores apasionados...). Sin atacar a esas causas no se puede tratar la melancolía, denominada por él como delirio parcial o delirio sobre un objeto.[24]

El principal discípulo de Pinel, Jean-Etienne-Dominique Esquirol acometió la reforma psiquiátrica de espíritu positivista que sentó las bases de la identificación entre loco y enfermo mental. Adoptó el término de monomanía para algunos tipos de melancolía, y apuntó por primera vez, de una manera muy adelantada, a la "enfermedad" (monomanía instintiva) como causa de determinados comportamientos delictivos.[25] Aquí comenzará el proceso que culmina en pleno siglo XX de identificación (y confusión, en algunos casos) entre trastorno anímico (tristeza patológica) y enfermedad mental (depresión).

Pero esas descripciones nosológicas de Pinel y Esquirol pronto se demuestran como síndromes, más que como entidades propias. La monomanía, la manía, la melancolía, son conjuntos de síntomas que dificilmente ayudan a tipificar a los pacientes. En este contexto Jean-Pierre Falret describe en 1854 la locura maniaco-depresiva en su tratado "Acerca de la locura circular o forma de enfermedad mental caracterizada por la alternancia regular de la manía y de melancolía".

A medida que avanza el desarrollo de la psiqiatría la terminología empleada para referirse a la melancolía o a la depresión van adquiriendo mayor especificidad y claridad. En las primeras décadas del siglo XX el concepto de depresión se desglosa en otros como ansiedad, histeria, hipocondría, obsesión, fobia, distimia o trastorno psicosomático y la OMS acota y define la depresión endógena o mayor como un síndrome orgánico cuya sintomatología nuclear abarca alteraciones del pensamiento y los impulsos, tristeza corporalizada y trastornos de los ritmos vitales, además de poder expresarse a través de distintos síntomas somáticos.

La biopsiquiatría ha llegado más lejos explicando a través de mecanismos farmacológicos cómo la interacción de determinados neurotransmisores influye en el desarrollo de multiples trastornos mentales entre los que se encuentra la depresión.

La depresión en la cultura

  Durante el comienzo del siglo XVII, surgió en Inglaterra un curioso culto a la melancolía. Se creía que ésta era causada por la inseguridad religiosa, consecuencia natural de Reforma inglesa, y el profundo interés de la época por el pecado, la perdición y la salvación.

En la música, el culto a la melancolía está asociado con John Dowland, cuyo lema era "Semper Dowland, semper dolens" ("Siempre Dowland, siempre en pena"). El hombre melancólico, visto por sus contemporáneos como una molestia y un peligro, tiene su máximo exponente en Hamlet, el “danés melancólico”. Otro exponente literario de este clima cultural son los últimos escritos de John Donne, que giran constantemente en torno a la muerte. Sir Thomas Browne, con su Hydriotaphia y Urn Burial, y Jeremy Taylor, autor de Holy Living and Holy Dying son otros escritores representativos cuyos trabajos incluyen numerosas cavilaciones acerca de la muerte. Pero es Robert Burton, con su Anatomy of Melancholy, quien nos brinda el más profundo y completo estudio de este fenómeno. El libro trata la melancolía desde el punto de vista médico y literario.

Otras obras relacionadas son "Duelo y Melancolía" de Sigmund Freud y "La melancolía" de H. Tellenbach. Un famoso grabado alegórico de Albrecht Dürer se titula Melancolía I; la obra incluye un cuadrado mágico y un cubo truncado, entre otros objetos simbólicos estudiados por Erwin Panofsky.

Durante el romanticismo se dio un fenómeno similar, aunque no con el mismo nombre, en trabajos tales como Las cuitas del joven Werther, de Goethe.

En el Cuento del clérigo, de Chaucer, se hace una descripción muy precisa de este "catastrófico vicio del espíritu". La acedia, nos dice, hace al hombre aletargado, pensativo y grave. Paraliza la voluntad humana, retarda y pone inerte al hombre cuando intenta actuar. De la acedia proceden el horror a comenzar cualquier acción de utilidad, y finalmente el desaliento o la desesperación. En su ruta hacia la desesperanza extrema, la acedia genera toda una cosecha de pecados menores, como la ociosidad, la morosidad, la lâchesse, la frialdad, la falta de devoción y «el pecado de la aflicción mundana, llamado tristitia, que mata al hombre, como dice San Pablo». Los que han pecado por acedia encuentran su morada eterna en el quinto círculo del Infierno. Allí se les sumerge en la misma ciénaga negra con los coléricos, y sus lamentos y voces burbujean en la superficie.

Referencias

  1. Jackson, Stanley W., Historia de la melancolía y la depresión.
  2. Sigerist, H. History of Medicine, Oxford University Press, N.Y., 1961, Vol.2, pag. 323
  3. Domínguez García, V. Sobre la melancolía en Hipócrates, Psicothema, 1991, vol.3, nº1, pag.259-267
  4. Jackson, Stanley W., op. cit.
  5. Aforismos, 6, 23
  6. Enfermedades, II
  7. Epidemias VIII, 31
  8. Starobinski, J. Historia del tratamiento de la melancolía desde los orígenes hasta 1900, Geigy, Basilea, Suiza, 1962, pag. 21
  9. Celio Aureliano, Enfermedades Crónicas, I, 180
  10. multa cogitatio et tristitia faciunt accidere melancoliam. De Cogitatione melancolica. Rufo, Obras, pag. 455.
  11. De los signos y de las causas de las enfermedades agudas y crónicas, I, 5. Areteo de Capadocia
  12. Normalmente se ven acosados por el miedo aunque no siempre se presentan el mismo tipo de imágenes sensoriales anormales. Aunque cada paciente melancólico actúa bastante diferente que los demás, todos ellos muestran miedo o desesperación. Creen que la vida es mala y odian a los demás, aunque no todos quieren morirse. Para algunos, el miedo a la muerte es la preocupación fundamental durante la melancolía. Otros, bastante extrañamente, temen la muerte a la vez que la desean. También Plutarco, en el siglo II d. C., describe pormenorizadamente la enfermedad, poniendo énfasis en el aspecto de un hombre al que parece que persigan los dioses."...soy un impío, maldito, odiado por los dioses, sufro el castigo que me corresponde." Se sienta solo, aparte, envielto en saco o harapos. De vez en cuando se agita, medio desnudo, en el suelo, confesando un crimen u otro. Ha comido o bebido algo que no debía. Ha hecho algo que el Ser Divino desaprueba. Los festivales en honor de los dioses no le producen ningún placer sino mas bien temor". G Zilborg, Asklepiades of Rome, Chest 1972;61;182.
  13. Raymond Klibansky, Edwin Panosfsky y Fritz Saxo . Saturno y la melancolía. Ed. Alianza Forma. Madrid
  14. Pablo de Egina en Corpus medicorum Graecorum, IX, 1, 2. Ed. Heiberg.
  15. Medicina Islámica, 74. Ed. Ullmann
  16. Razés, Liber Continens, 1. I, c. VI
  17. Constantino el Africano, “De melancolía”, Pagés Larraya, F. Acta, suplemento 1, Buenos Aires, 1992.
  18. "...tomar cinco dracmas de comino, de calamento, 20 dracmas de flor de tomillo, 3 dracmas de anís, de apio, de eneldo hembra, 5 dracmas de ruibarbo. Cocinar en 7 libras de agua hasta reducir a un tercio todas estas cosas; colar y suministrar 4 onzas con una medida de verbena acibarada, con una medida de extracto de almendras amargas y con dos onzas de jarabe de rosas." De Melancolía, II, Constantinus Africanus
  19. Los cenobitas de la Tebaida se hallaban sometidos a los asaltos de muchos demonios. La mayor parte de esos espíritus malignos aparecía furtivamente a la llegada de la noche. Pero había uno, un enemigo de mortal sutileza, que se paseaba sin temor a la luz del día. Los santos del desierto lo llamaban daemon meridianus, pues su hora favorita de visita era bajo el sol ardiente. Yacía a la espera de que aquellos monjes que se hastiaran de trabajar bajo el calor opresivo, aprovechando un momento de flaqueza para forzar la entrada a sus corazones. Y una vez instalado dentro, ¡qué estragos cometía!, pues de repente a la pobre víctima el día le resultaba intolerablemente largo y la vida desoladoramente vacía. Iba a la puerta de su celda, miraba el sol en lo alto y se preguntaba si un nuevo Josué había detenido el astro a la mitad de su curso celeste. Regresaba entonces a la sombra y se preguntaba por qué razón él estaba metido en una celda y si la existencia tenía algún sentido. Volvía entonces a mirar el sol, hallándolo indiscutiblemente estacionario, mientras que la hora de la merienda común se le antojaba más remota que nunca. Volvía entonces a sus meditaciones para hundirse, entre el disgusto y la fatiga, en las negras profundidades de la desesperación y el consternado descreimiento. Cuando tal cosa ocurría el demonio sonreía y podía marcharse ya, a sabiendas de que había logrado una buena faena mañanera. Al margen (On the Margin: Notes and Essays). Aldous Huxley (1923)
  20. La acedia o acedía. Recopilación de textos.
  21. El monje acedioso es rápido en terminar su oficio y considera un precepto su propia satisfacción; la planta débil es doblada por una leve brisa e imaginar la salida distrae al acedioso. Un árbol bien plantado no es sacudido por la violencia de los vientos y la acedia no doblega al alma bien apuntalada. El monje giróvago, como seca brizna de la soledad, está poco tranquilo, y sin quererlo, es suspendido acá y allá cada cierto tiempo. Un árbol trasplantado no fructifica y el monje vagabundo no da fruto de virtud. El enfermo no se satisface con un solo alimento y el monje acedioso no lo es de una sola ocupación. No basta una sola mujer para satisfacer al voluptuoso y no basta una sola celda para el acedioso. El ojo del acedioso se fija en las ventanas continuamente y su mente imagina que llegan visitas: la puerta gira y éste salta fuera, escucha una voz y se asoma por la ventana y no se aleja de allí hasta que, sentado, se entumece. Cuando lee, el acedioso bosteza mucho, se deja llevar fácilmente por el sueño, se refriega los ojos, se estira y, quitando la mirada del libro, la fija en la pared y, vuelto de nuevo a leer un poco, repitiendo el final de la palabra se fatiga inútilmente, cuenta las páginas, calcula los párrafos, desprecia las letras y los ornamentos y finalmente, cerrando el libro, lo pone debajo de la cabeza y cae en un sueño no muy profundo, y luego, poco después, el hambre le despierta el alma con sus preocupaciones. El monje acedioso es flojo para la oración y ciertamente jamás pronunciará las palabras de la oración; como efectivamente el enfermo jamás llega a cargar un peso excesivo así también el acedioso seguramente no se ocupará con diligencia de los deberes hacia Dios: a uno le falta, efectivamente, la fuerza física, el otro extraña el vigor del alma. La paciencia, el hacer todo con mucha constancia y el temor de Dios curan la acedia. Dispón para ti mismo una justa medida en cada actividad y no desistas antes de haberla concluido, y reza prudentemente y con fuerza y el espíritu de la acedia huirá de ti. Evagrio Póntico, Dar importancia al intelecto, Filocalia.
  22. ¿Por qué todos aquellos que han sido eminentes en la filosofía, la política, la poesía y las artes son claramente temperamentos melancólicos, y algunos de ellos hasta tal punto que llegaron a padecer enfermedades producidas por la bilis negra? Aristóteles. Problemata, XXX.
  23. Cambiaría mi situación por la de cualquier infeliz
    Que puedas traer de la cárcel o de las mazmorras;
    Mis cuitas ya no tienen cura, es el infierno.
    No puedo seguir viviendo con esta tortura,
    Ahora, desesperado, odio la vida,
    Dadme una cuerda o un cuchillo.
    Todas mis penas son, ante esto, alegrías,
    No hay maldición como la melancolía.
    Anatomía de la Melancolía, Resumen de la Melancolía, por el Autor. Últimos versos. Robert Burton
  24. Tratado Médico-Filosófico de la Enajenación Mental o Manía. Philippe Pinel, 1801.
  25. El término "monomanía" se introdujo por primera vez en el Diccionario de la Academia Francesa, en 1835

Bibliografía

  • Jackson, Stanley W. (1989), Historia de la melancolía y la depresión. Desde los Tiempos Hipocráticos a la Época Moderna, Ediciones Turner, Madrid. ISBN 84-7506-257-1.
  • Laín Entralgo, Pedro (1978, reimpresión 2006), Historia de la Medicina., Elsevier, MASSON, Barcelona. ISBN 978-84-458-0242-7.
  • Foucault, Michel (1967), Historia de la locura en la época clásica. Tomos I y II, Fondo de Cultura Económica, México.
  • Aldo Conti, Norberto (2007), Historia de la Depresión. La Melancolía desde la Antigüedad hasta el siglo XIX., Editorial Polemos, Buenos Aires. ISBN 978-987-9165-81-2.


Véase también

 
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